Tecnología en las prisiones
16 febrero, 2013 | Por Loreto Sánchez Seoane | Categoría: MáquinasLas prisiones no han sido nunca lugares seguros, ni para los vigilantes ni para los presos, ya que de manera habitual se suceden agresiones, asesinatos, fugas o trapicheos de drogas. Eran y siguen siendo pequeñas ciudades sin ley en las que los reclusos se organizan en jerarquías, de forma que el preso que mayor número de agresiones ha protagonizado es el que ocupa el lugar mas alto en el escalafón.
Son un campo de batalla para las diferentes bandas organizadas que, a través del terror y el acoso, consiguen imponer sus propias normas. En esta lucha de poderes, ni los guardias salen bien parados; es común que resulten heridos o asesinados por los reclusos. Estos fabrican sus armas con cualquier material que tienen a su alcance: huesos de pollo, cables de televisiones, bandejas e incluso tuberías.
Para paliar esta clase de incidentes, desde hace varias décadas se crean nuevas prisiones cambiando la metodología de construcción y se modifica el funcionamiento en las antiguas convirtiéndolas en auténticas fortalezas. La tecnología se convierte, de esta manera, en un instrumento indispensable. Gracias a ella se ha conseguido que las prisiones de alta seguridad sean cada vez más comunes y más eficaces a la hora de tratar con reclusos peligrosos.
Como pasa en casi todas las áreas relacionadas con la tecnología, los norteamericanos poseen los avances más innovadores y, gracias a ellos, han conseguido que sus cárceles sean las más seguras del planeta. Estas son las llamadas prisiones Supermax.
Supermax
Entre estos centros penitenciarios, la prisión ADX- Supermax encabeza la lista como la más segura del mundo. Está situada en Florida, Colorado, y abrió sus puertas en 1994. En ella se encuentran los presos más peligrosos de los Estados Unidos, los denominados reclusos sin salida, entre los que se incluyen asesinos en serie, violadores, pederastas… convictos que no tienen posibilidades de integrarse en la sociedad, que vivirán el resto de sus días entre rejas para no hacer daño a nadie y para ser protegidos de ellos mismos y del resto de los encarcelados.
Este centro es conocido irónicamente como “el paraíso de los presos”. Su diseño, altamente tecnológico, imposibilita las fugas y la interrelación entre internos.
La cárcel ADX está organizada en módulos de seguridad, diseñados cada uno como prisiones independientes dentro de la misma. Prisiones constituidas por pequeños módulos rectangulares que forman el centro. Estos módulos están distribuidos como si de un edificio de apartamentos se tratara: tienen dos plantas con 5 o 6 celdas cada una, cuyas puertas desembocan en un pasillo que lleva directamente a un pequeño patio rodeado por altísimos muros. Son pequeñas comunidades de presos. Cada celda no mide más de 4 metros cuadrados y está equipada con una cama –compuesta por una balda de hormigón y un fino colchón recubierto por una sábana–, una televisión, un austero lavabo y un retrete.
El aislamiento es total. No se produce interrelación entre los internos; estos no se conocen entre ellos y los guardias que custodian las celdas son las únicas personas con las que pueden tener contacto. Para lograrlo, los presos no salen de sus celdas durante 22 de las 24 horas del día; las dos horas sobrantes las pasan, de manera individual, en el patio correspondiente a su módulo, donde la única actividad que pueden realizar es andar o correr, pues no existe, en dicho recinto, instrumento alguno para su entretenimiento.
No tienen ninguna conexión con el exterior; no pueden ver más allá de los altos muros de hormigón. La luz solar sólo les llega indirectamente cuando están en el patio, a través de un techo construido de cristal irrompible.
Las puertas de las celdas están formadas por paneles de acero, con pequeñas perforaciones y una rendija por la que los funcionarios introducen las bandejas de comida a la hora del desayuno, la comida y la cena; y estas dan directamente a otro frío muro de hormigón. En muchos casos, debido al nivel de agresividad de algunos presos, capaces de “pinchar” o arrojar sus heces a los guardias a través de estos pequeños agujeros, se ha incorporado una lámina de cristal a la puerta, aumentando todavía más la sensación de claustrofobia.
Todo el recinto se encuentra vigilado por cámaras con el fin de que los guardias visualicen lo que ocurre, tanto en los pasillos como en los patios. Las celdas, sin embargo, no disponen de cámaras en su interior para poder preservar la privacidad de los internos.
Las puertas se abren y se cierran electrónicamente, permitiendo que el guardia pueda tener las manos libres en todo momento y evitando, además, que el preso pueda manipularlas. Ningún funcionario de seguridad comete el error de agacharse frente a una celda o de darle la espalda, ya que cualquier distracción les podría salir muy cara.
Para mayor seguridad, se realiza un recuento de reclusos 7 veces al día y se inspeccionan las celdas de forma habitual, comprobando las paredes, el lavabo y el retrete… y al propio preso. De esta manera, se aseguran de que no ha fabricado ningún tipo de arma. Para que las inspecciones resulten más rápidas y eficaces, las televisiones de las que dispone cada celda han sido diseñadas con la carcasa transparente. Así, el funcionario no tiene que desmontar el aparato para comprobar que no se oculta ningún objeto dentro.
Rayos X
Los colchones son pasados a través de una modernísima máquina de rayos X, que muestra su interior, con el propósito de ver si alberga algún objeto metálico sin necesidad de que el funcionario tenga que palpar cada centímetro de este.
Pero por mucha alta tecnología que se utilice, el factor humano es esencial. Los funcionarios son el pilar fundamental sobre el que se sostiene el funcionamiento de esta clase de sistemas penitenciarios. Además de sus uniformes reglamentarios, los guardias están equipados con un chaleco contra arma blanca, una porra y, muchos de ellos, con una pistola. En este tipo de cárceles no hay cabida para la duda y se dispara ante el mínimo indicio de peligro.
Todo esto suena a ciencia ficción cuando regresamos a nuestro país, donde priman cárceles obsoletas y viejas. Un buen ejemplo es la de Alcalá Meco, también conocida como Madrid II. Este centro se inauguró a principios de la década de los 80 para dar salida a los presos más agresivos y peligrosos de la tradicional cárcel de Carabanchel, que en aquellos momentos superaba con creces su aforo. El diseño inicial se basó en las cárceles de alta seguridad suizas con la intención de albergar a la “creme de la creme” de nuestros delincuentes, pero este innovador proyecto nunca llegó a implantarse. El enorme edificio estaba formado por dos módulos completamente independientes, sin la mínima conexión entre ellos, pero que compartían los servicios de cocina, polideportivo y oficinas. La idea era dividir a los reclusos entre estos módulos dependiendo de los actos delictivos que hubieran cometido y de si eran o no reincidentes. Cada uno de estos dos módulos, de forma parecida a las Supermax, se dividía en pequeñas prisiones que albergaban entre 20 y 30 presos y que contaban con un patio para cada comunidad.
El centro penitenciario está rodeado por dos altísimos muros, separados el uno del otro por, aproximadamente, uno o dos metros; el interior es de alambre y el segundo, que da directamente a la calle, es de hormigón. Este último cuenta con un sistema de detección del movimiento compuesto por un cable tenso enganchado a unas bobinas que se activan al mínimo roce. Entre ambos se instaló otro sistema anti-fugas bastante peliculiar consistente en pequeños agujeros cavados en el suelo que se rellenaban con una fina capa de aceite en la que se introducía un sensor. Estos hoyos se tapaban después con arena y, de esta forma, si alguien pisaba entre los dos muros movería el aceite que, a su vez, activaría dicho sensor y mandaría inmediatamente la señal a los funcionarios.
30 años de Alcalá Meco
Durante las tres décadas que han transcurrido desde su inauguración, Alcalá Meco ha sido modificada en multitud de ocasiones. Se desmontaron las mini-prisiones que la caracterizaban en un primer momento y la cárcel de alta seguridad de los 80 se ha transformado en un centro penitenciario normal que sólo se mantiene en funcionamiento por el aumento de la población presa española.
Sus instalaciones han quedado obsoletas. Es un modelo con escasa automatización y con grandes limitaciones de habitabilidad. En palabras de Pedro Torres, subdirector de seguridad, “Alcalá Meco no tiene posibilidad de mejora”.
Los sensores de movimiento que obstaculizan la fuga de los presos no han sido renovados ni modificados por otros, y ya no funcionan. Los envases de aceite se destruyeron por su alto coste. Los dos muros que sitian la prisión son pocos en comparación con los 6 o 7 muros que protegen las nuevas cárceles españolas.
El subdirector de seguridad nos confirmó durante la entrevista que este centro penitenciario se ha convertido en un centro de baja seguridad para albergar a presos de delitos leves en un régimen de segundo grado y, en casos excepcionales, a algún que otro recluso de primer grado. También se utiliza como centro de tránsito para presos más peligrosos cuyo destino final es la cárcel Puerto I , en el Puerto de Santa María, mucho más moderna y segura.
Los dos centros son totalmente diferentes, tanto en construcción como en tecnología y, especialmente, en la calidad de vida que ofrecen a sus internos. Aunque las Supermax cumplen con su función de alta seguridad y garantizan la reclusión de los presos sacando un sobresaliente en estos campos, suspenden en lo que se refiere a trato humano.
Una gran mayoría de psicólogos ha puesto el grito en el cielo ante este tipo de centros penitenciarios, considerando que sus métodos son una violación absoluta de los derechos humanos. Según estos especialistas, es normal que los presos que se encuentran en estas prisiones pierdan la cabeza y que su agresividad se pronuncie debido al absoluto aislamiento. Han llegado a catalogar este encarcelamiento como una tortura, considerando que se produce una privación de los estímulos emocionales, intelectuales y físicos. Consideran este método como una destrucción emocional, física y psíquica que, en muchos casos, puede llegar a derivar en una depresión crónica provocando ansiedad y alucinaciones, incrementando la claustrofobia y la ira y llegando a convertir al preso en un vegetal.
Mientras tanto, prisiones como Alcalá Meco, que parecen obsoletas y carecen de tecnología, destacan por su trato positivo a los reclusos. En ellas, los presos sólo pasan en sus celdas el tiempo destinado a dormir por las noches, ya que desayunan, comen y cenan en comedores comunes con el resto. Las mañanas las dedican a realizar cursos de formación para su posterior inserción en la sociedad, y las tardes las pasan practicando actividades deportivas o en aulas de estudio. Los funcionarios de Alcalá Meco cuentan con los dedos de una mano los incidentes agresivos que se producen dentro de la prisión, y tienen un trato cortés y agradable con los internos. En palabras de Pedro Torres, subdirector de seguridad: “a partir del momento en que una que una persona ingresa en Alcalá Meco, nuestra función es intentar que se dé cuenta de sus errores y proporcionarle la formación necesaria para que pueda volver a ingresar en la sociedad de la manera más digna posible”.