Ratones de laboratorio: blanco parece, rata no es
29 junio, 2012 | Por Alejandra Pardo de S. Boehm | Categoría: NegociosBlancos y peludos, los ratones de laboratorio son un paso básico en el proceso de aplicar un nuevo fármaco al ser humano. Los estudiantes de las facultades de ciencias aprendían cómo tratar la diabetes o la miocardia con ellos. Un verdadero lujo que ya no se da más.
La sala está impoluta, tanto que puede llegar a intimidar un poco. Paredes blancas, suelo embaldosado en blanco y luces halógenas que resaltan el color. El ruido de las pisadas se amortigua debido a las calzas que cubren los zapatos, y moverse se vuelve algo incómodo debido a las batas o sobretodos. Aunque pudiera parecerlo, no es la UVI, es un animalario; una sala en la que los laboratorios y universidades guardan a los animales de experimentación en espera de trabajar con ellos. Así pues, nada más abrir la puerta, cientos de ojos rojos se vuelven hacia el ruido mientras los bigotes vibran cuando los roedores intentan captar algún olor.
Decenas de ratones en jaulas pulcramente ordenadas deciden que el humano no es de su interés y vuelven a lo suyo. Son blancos, la mayoría, y tienen el mismo exacto peso y la misma edad, que sólo varía en unas cuantas horas entre unos y otros. Mus Musculus, o ratones de laboratorio, albinos y cuidadosamente seleccionados para que no presenten ninguna heterogeneidad. Son parte de una industria que conlleva una cuidadosa y minuciosa preparación para que estos animales puedan llevar a descubrir nuevos medicamentos y tratamientos que luego pasarán a los humanos.
Y, ¿cómo es que se prueban los medicamentos que luego se administran a las personas en estos seres, tan distintos? La respuesta está en que son mamíferos euterios. Esto quiere decir que las crías se desarrollan en el útero de la madre y se alimentan a través de la placenta. Por eso su genoma es tan parecido al del ser humano. Además, tienen la ventaja de tener un sistema inmunológico muy similar. Esto, unido a su pequeño tamaño y su menor peso, los hacen ideales para la experimentación con fármacos, puesto que se necesita menos producto para inducir la enfermedad que se está tratando, y del fármaco a probar.
Sin embargo, no siempre se pueden usar ratones. Es más, la doctora Raquel Largo Carazo, de la Fundación Jiménez Díaz, cuenta que los usa eventualmente. Para las investigaciones que realiza en este momento utiliza ratas y conejos, porque su mayor tamaño hace más fácil ver los resultados sobre todo en el tipo de investigación biomédica y preclínica que hace, en el que estudia una enfermedad en sí y cómo las rutas biológicas se modulan en presencia del fármaco.
Es bastante normal usar este otro tipo de roedores para ciertas investigaciones. Hay algunas que sería muy difícil hacer con ratones. Tal como dice Beatriz de las Heras, profesora de farmacología de la Universidad Complutense de Madrid, “a nivel cardiaco, por ejemplo, es muy difícil, porque hay que hacer cirugía y es muy complicado. En un modelo de infarto de miocardio lo intentas hacer en una rata, porque un ratón es muy pequeño y no sabes si la mortalidad es porque lo has hecho mal o por la enfermedad”.
Pero para los animalillos todo esto no importa, y la verdad es que cuando les sacan de la cola de su jaula para ponerlos en una individual lo que no saben es que ya nunca volverán. En efecto, según Arturo Anadón Navarro, doctor en toxicología y director del animalario de la Universidad Complutense de Madrid, no se pueden sacar los animales de los animalarios y luego devolverlos. Si se hiciera, se correría el riesgo de que se contaminase con un agente externo. Esto no sólo invalidaría por completo la investigación, sino que, además, haría imposible usar los otros animales para otros programas. Ésta parece ser la única razón para esta seguridad dado que, según el doctor, no hay ningún peligro de contagio a los investigadores. Es más, se evitan las zoonosis, las enfermedades que puedan trasmitirse de animales a humanos, de forma que no se dé ninguna posibilidad.
Prácticas teóricas
De todos los laboratorios en usar animales, los de las universidades son de los más importantes. No sólo porque sean más numerosos o cuenten con más recursos, sino porque en ellos también hacen prácticas los estudiantes. Las carreras de ciencias biomédicas (Farmacia, Medicina, Veterinaria…) siempre han tenido como parte del programa de estudios prácticas con animales, puesto que permite ver de forma directa los conceptos que se dan en las clases teóricas. Hasta hace poco, un estudiante tenía la posibilidad de hacer personalmente una introducción a la investigación que, a su vez, le ayudaba a comprender los efectos de la hipertensión, la diabetes o los infartos.
Era un trance que todos los universitarios de estas carreras pasaban. Cierto es que muchos ponían objeciones aunque, según recuerda la profesora De Las Heras, no hasta el punto de negarse. Pero llegó la época de la súper-regulación, y las universidades vieron cómo las normativas legales les obligaban a hacer un cambio drástico en su metodología de clases: los alumnos ya no podían tocar los animales. La verdad es que lo más correcto sería decir que nadie que no tenga un título que lo acredite para manipular animales puede tocarlos. Aún así, dado que ese título deben sacárselo los profesores en la universidad y que no está abierto a los alumnos, viene a ser lo mismo.
Los profesores se han encontrado con que una normativa europea y una ley española han hecho que se formen Comités de Experimentación Animal, que controlan todo el proceso y lo someten a unas estrictas normas que han hecho que se pasen a otros medios para dar sus clases. “Las prácticas se están volviendo muy complicadas, porque el profesor es el único que puede manipular los animales”, se lamenta la profesora De Las Heras. “Antes era algo muy visual y servía para iniciar al alumno un poco en lo que era la investigación. El problema ahora es que no van a ver nada en vivo”.
Actualmente, todo pasa por un tedioso papeleo en el que se exigen una serie de datos para poder siquiera pedir o simplemente acceder a los animales, que hacen de él un proceso complicado. Ni siquiera se tiene en cuenta una petición que no haya cumplido con los protocolos necesarios, en los que hay que explicar la práctica, la cantidad de animales necesarios y el método de sacrificio, entre otros datos. Todo ello va al Comité de Experimentación Animal, que es el que debe aprobar la petición, y de ahí se ponen en marcha los procesos para dar los animales, bien comprándolos a un proveedor exterior, bien aportando los que tiene ya el centro.
Una vez otorgado el permiso, las investigaciones han de hacerse en las salas de los animalarios mismos, dado que son las únicas instalaciones homologadas y reconocidas en las universidades. Como tales, además, han de pasar una serie de controles muy estrictos que tienen como finalidad verificar el bienestar de los animales y varias medidas de control sanitarias. Queda todo centralizado en estas salas y esto hace que, si se investiga con un fármaco de aplicación diaria, el investigador tenga que desplazarse hasta allí todos los días para administrarlo. Aquellos días de tener los animales en los mismos laboratorios quedan ya distantes.
Made in…
En España son recientes las empresas que se dedican a la cría y venta de ratones de laboratorio. Es más, la mayoría de las que son propiamente españolas no venden estos animales si su uso va dedicado a la experimentación. Ése es el caso de José María Vilaboy, fundador de Xaraleira, la mayor granja de cría de roedores del país. Confiesa que, en realidad, “a mí me gustan los bichos, por eso me dedico a cuidarlos. Así que no vendo para experimentación. No me parece bien”.
Sus mayores compradores son los centros de recuperaciones de aves de presa como los de Galicia, que están reintroduciendo el águila real. Quitando estos centros, vende mucho a las tiendas de mascotas, y aunque no sabe a ciencia cierta cual será su destino, sí que cree que la mayoría no acaban propiamente como animales de compañía, sino como comida para mascotas algo más exóticas como serpientes o aves rapaces.
Para la investigación en sí, los centros que hay en España son filiales de grandes multinacionales, que venden en grandes lotes de a partir de 100 especímenes. Las dos más grandes, Panlab y Harlan, tienen sede en Barcelona, y desde allí ofrecen todo lo necesario para los laboratorios: desde el ratón en sí, hasta alimentos de dietas especializadas para conseguir una patología en especial como la diabetes o la hipertensión. Estas dietas son necesarias para causarle la enfermedad al animal, y luego poder probar la acción del fármaco sobre ella, y los efectos en el roedor.
Estas filiales sólo sirven para ratones base, sin ningún tipo de alteración, o criados con una dieta específica para presentar una patología. No es posible conseguir de ellas los llamados ratones transgénicos, ratones a los que se les ha transplantado un gen de otra especie de roedor, normalmente de rata, y que presentan así una diferencia respecto a sus congéneres: son más grandes, o más resistentes, o con mejor sistema inmunológico o peor. Este tipo de ratón es muy difícil de encontrar, bastante caro de adquirir y, normalmente, hay que pedirlo al extranjero; a EEUU usualmente, o a Francia en su defecto.
Desde allí los traen en un servicio especial de mascotas, como el que se usaría con los perros o gatos. No presentan ningún trauma adicional, es más, incluso suelen resultar más cómodos de transportar dado que, normalmente, se venden criogenizados. Los laboratorios y universidades los almacenan de esta manera, igualmente, y no tienen “activos”, podría decirse, más que a los que necesitan.
Hay que tener en cuenta también que los animalarios de las universidades crían ratones y llegan a tener una o dos generaciones propias. Estos animales se mantienen de forma estándar debido a la endogamia que se da al hacer una cría con un número limitado de animales, y a que esto provoca que siempre resulten roedores de la misma cepa y, por lo tanto, tengan los mismos genes. Así, las posibilidades de error debido a diferencias en los ratones son muy bajas.
Ratones 2.0
Los cambios en la legislación, sobre todo en las universidades, han hecho que los profesores busquen alternativas en las nuevas tecnologías para suplir las carencias que se han dejado en las clases. En Farmacia, este año, han suprimido las prácticas con animales y han pasado a unas prácticas simuladas con apoyo audiovisual. Lo que se ha hecho es rodar vídeos en los que realizan la práctica los profesores. Por ejemplo, la Universidad de Valencia tiene unos vídeos didácticos, utilizados por muchas otras universidades, que se visualizan en clase para luego explicar el proceso.
Más fácil lo tienen los alumnos de las facultades de Psicología o, al menos, más entretenido. Ellos tienen a Sniffy, un ratón virtual que viene programado con algoritmos que permiten una respuesta fiable a los ejercicios de conductivismo que se realizan con él. El programa está instalado en las aulas de ordenadores de libre acceso, donde los alumnos pueden utilizarlo cuando quieran, más allá de usarlo para las clases que lo requieran.