Los viejos patógenos nunca mueren

9 enero, 2012 | Por | Categoría: Humanos

Las enfermedades infecciosas reemergentes se han convertido en una de las más grandes amenazas de la salud pública, objeto de atención para toda la comunidad internacional. Acabar con ellas es una excepción.

En el discreto laboratorio que la Organización Mundial de la Salud tiene en la capital suiza se lograba, en 1977, por primera vez, la erradicación de una enfermedad mundial: la viruela. El doctor Donald Henderson y su equipo culminaban de esta forma los esfuerzos, casi secretos, de más de una década de investigación y daban por hecho, mientras se felicitaban, que habían eliminado para siempre una de las enfermedades que más vidas habían segado en la historia de la humanidad. Tres años tardó la OMS en reconocer, el 8 de mayo de 1980, que la asesina de más de cuatro millones de personas al año había sido oficialmente borrada del mapa. A nadie le importó entonces qué harían Estados Unidos y la Unión Soviética con las reservas que guardaron de la enfermedad o a quién se las venderían. La organización recobró su prestigio, a Henderson y a su colaborador Heymann les quedaba un futuro profesional prometedor, y la humanidad respiraba más tranquila con el virus asesino recluido en un laboratorio.

El entusiasmo de la comunidad internacional corrió como la pólvora. En muy poco tiempo, enfermedades menos agresivas como la rubeola, la tosferina, las paperas o el tétanos fueron acorraladas y casi extinguidas en los países donde se aplican los calendarios de vacunación. Con el desarrollo de antibióticos y vacunas, el ser humano estuvo tentado de imaginar un nuevo siglo en el que también la polio o el sarampión acompañarían a la viruela en los libros de Historia.

Algunas enfermedades que parecían acabadas han vuelto ha surgir. Foto: CC-BY Ándrés Rueda.

Pero la realidad es tozuda, y pone de manifiesto un panorama muy distinto al deseado. Las diez enfermedades infecciosas más mortíferas se cobraron la muerte, el año pasado, de más de doce millones de personas. Y hay que estar de enhorabuena, porque cuando inauguramos el siglo eran casi quince. Es cierto que el catálogo de infecciones se ha reducido hasta quedar en un “top ten” que es el que maneja la OMS. La parte alta de la tabla la ocupan las enfermedades respiratorias, el SIDA, la tuberculosis, las diarreas y la malaria. Sólo estas cinco son responsables del 92% de las muertes por patógenos. Pocos recuerdan ya el enjaulamiento de la viruela en una época en la que, cada dos años, se anuncia la aparición de un brote epidémico nuevo.

Una nueva microbiología

Ya pocos creen que se pueda ganar la batalla de la salud mundial. Con las farmacéuticas en franca retirada, sólo un puñado de asociaciones sigue en la brecha promoviendo campañas de vacunación para todos. La sociedad científica también ha capitulado y ha emprendido el camino de la cartografía: hacer un mapa de las enfermedades infecciosas que existen para saber quién es quién.

Hace poco más de un año falleció en su Nueva Jersey natal Joshua Lederberg. Había sido el joven prodigio de la medicina estadounidense cuando, con 33 años, consiguió el Nobel de Medicina. A comienzos de los noventa disfrutaba de su puesto como emérito de la Universidad Rockefeller cuando la Academia Nacional de Medicina le solicitó un informe sobre la capacidad de respuesta de la sanidad estadounidense a las enfermedades infecciosas que, por entonces, les llegaban del trópico. El célebre informe acabó adoptando la forma de libro, marcando un antes y un después en la epidemiología moderna. Infecciones emergentes: amenazas a la salud en Estados Unidos fue la monografía que tuvo la virtud de organizar doctrinalmente el pensamiento de investigadores y expertos en microbiología. En ella, Lebergerg trató por primera vez los riesgos ligados a la emergencia, estableciendo nuevos protocolos de vigilancia para las nuevas amenazas.

Fue tal el acierto del viejo profesor que, a partir de aquella fecha, se sucedieron multitud de trabajos en los que se incorporó la nueva denominación como principal novedad de estudio. La epidemiología moderna distingue desde entonces las enfermedades emergentes, o nuevas amenazas para la salud, de las enfermedades reemergentes, que ya fueron una amenaza pero que repuntan en su incidencia.

Elías Rodríguez Ferri lleva más de una década siendo el gran divulgador de esta manera de entender las infecciones. Desde su cátedra de Inmunología y Microbiología de la Universidad de León, ha trascendido su campo de estudio de la sanidad animal y, no exento de polémicas, se ha convertido en uno de los visionarios de la salud pública que viene. “En realidad, lo raro será que nos sorprenda por primera vez una enfermedad infecciosa. Asunto que, por otra parte, no es fácil de demostrar”, asegura el profesor. “Es más fácil que se dé una evolución o un cambio en un agente patógeno conocido, que da lugar a un cambio de cepa o a una infección o enfermedad nueva, no conocida hasta entonces. Esta es la situación más habitual de emergencia”, dice el doctor Rodríguez. Otra cosa es que una enfermedad de sobra conocida, y por lo general endémica, aumente su prevalencia en un escenario en el que, hasta entonces, no era un problema. Estamos, en ese caso, ante una reemergencia. Y estas, aunque parezca mentira, son más habituales que las anteriores.

El regreso del bacilo de Koch

Andrés Martínez comienza una nueva jornada al frente del Instituto de Educación Secundaria Baleares. Con el curso ya encaminado, a mediados de octubre, pocos asuntos le parecen especialmente urgentes. Un profesor le informa de que ha remitido a un alumno a su casa, porque se encontraba enfermo. En realidad lleva acatarrado prácticamente desde que comenzaron el curso, y en todo ese tiempo no ha abandonado las clases. Son tantos los alumnos que se ausentan al cabo del día por motivos de salud que el director apenas pone atención. Pocos días después tienen noticia de que el alumno ha sido diagnosticado de tuberculosis y es entonces cuando se disparan todas las alarmas. “El alumno hizo vida académica durante veinte o treinta días con la enfermedad, probablemente sin saberlo”, asegura el director. En poco tiempo se detectan cinco casos más en el mismo centro, cuatro menores y un adulto. Cuando la Consejería de Sanidad Valenciana reconoce oficialmente el brote, en enero de este año, ya hay 80 personas del centro infectadas. Más de la mitad no han desarrollado la enfermedad, pero otras tantas quedan a la espera de resultados.

Los técnicos de salud pública han mantenido diversas reuniones con los padres y el profesorado del centro para explicar la enfermedad y el protocolo de actuaciones que se sigue para esta patología. Tratan de tranquilizar a la comunidad educativa. La literatura médica indica que sólo el 5% de los que están en contacto con el bacilo desarrollan la enfermedad. Además, el portavoz de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas, Fernando Alcalde, les ha asegurado que la aparición de micro epidemias de tuberculosis es un fenómeno relativamente normal, puesto que no está erradicada en ningún país del mundo. Pero en el levante español nadie respira tranquilo. En otro centro educativo de Onda, dos profesores estuvieron afectados por tuberculosis y siete de sus alumnos dieron positivo al contacto con el bacilo. También hace unos meses, seis menores y un adulto desarrollaron la enfermedad en un brote registrado en una guardería. Por no hablar de las 400 pruebas diagnósticas que hubo que realizar en la Facultad de Derecho de la Universitat de Valencia a todos los que estuvieron en contacto con una joven infectada, y que desvelaron cuatro nuevos casos.

Bacilo de Koch. Foto CC-BY If you dream it.

La responsable de toda esta pequeña amenaza para la salud pública es un viejo conocido: el bacilo de Koch. Aunque hizo su puesta de largo a mediados del XIX de mano del médico alemán que le bautizó, la enfermedad que genera, la tuberculosis, lleva campando desde el Paleolítico. Todavía hoy es una de las infecciones más frecuentes y contagia a uno de cada tres personas en el mundo. La Europa de finales de los ochenta creyó tenerla arrinconada y casi erradicada. Sin embargo, la tuberculosis cabalgó de nuevo a lomos del virus VIH y reemergió de manera insospechada en los países occidentales. Los procesos migratorios hicieron el resto. Aunque hoy todavía se le considera una patología que afecta a las áreas más pobres del mundo como el sureste asiático o el África subsahariana, comienza a ser una amenaza patente para los países desarrollados. En la parte que nos toca: si exceptuamos a nuestros vecinos portugueses España es el país de la Unión Europea más golpeado por esta patología en lo que poco que llevamos de siglo.

España, a la cola

Los datos de la Organización Mundial de la Salud son especialmente escalofriantes. En el año 2004 la tuberculosis fue la octava causa a nivel mundial, y lejos de controlarse, se estima que de aquí al 2020, alrededor de 150 millones enfermarán y otros 36 morirán por esta causa. Su incidencia mundial es actualmente de más de 60 casos por cada 100.000 habitantes. En España, con algo más de 18 casos por cada 100.000, tampoco estamos para tirar cohetes. La tuberculosis nos ha colocado en el vagón de cola de la sanidad europea, que compartimos Rumania (126), Lituania (75), Letonia (58), Bulgaria (42), Estonia (34), Portugal (32), Polonia (22) y Hungría (19).

El Hospital Universitario de Elche es uno de los que han tenido que especializarse en este tipo de infecciones. No en vano el levante español ha sido la zona más castigada por esta patología. “Aquí atendemos anualmente una treintena nueva de casos de tuberculosis, que son pocos comparados con los quince millones de personas que han desarrollado esta enfermedad en el mundo”, asegura Félix Gutiérrez, responsable de la Unidad de Enfermedades Infecciosas del centro ilicitano. A partir de los noventa el SIDA, que le abría camino, se frenó. Pero el bacilo se buscó otros caminos. “En estos momentos, la globalización y la inmigración están evitando que la enfermedad retroceda, porque muchas de estas personas la traen de sus países de origen”, alerta Gutiérrez. Según manifiesta el experto, en estos momentos el 30% de los casos nuevos de tuberculosis se da en inmigrantes a pesar de que sólo representan el 10% de la población.

La amenaza, en cualquier caso, sigue latente. Algunos aseguran que la tercera parte de los casos de tuberculosis que se detectan en España no se notifican, por lo que la cifra de 5.629 enfermos en 2008 es necesariamente más elevada. Según las estimaciones de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR), los datos provisionales del Centro Nacional de Epidemiología correspondientes al año pasado registran un 15% menos de casos, pero la cifra real podría oscilar entre los 8.000 y 10.000 enfermos, si se incluyen los casos no notificados.

La coordinadora del área de tuberculosis y enfermedades infecciosas de la SEPAR, Rosario Menéndez, confía en que el Plan de Prevención y Control de la Tuberculosis, actualmente en marcha en España, contribuya a introducir mejoras en la atención. Rosario, además, levanta la cabeza por encima del panorama científico. “El combate contra la tuberculosis, una de las enfermedades más antiguas y todavía no superada, implica una lucha no sólo científica sino social por la mejora de las condiciones socio económicas de la población”, asegura la coordinadora. “En Barcelona, por ejemplo, barrios ligados a altos niveles de pobreza, como El Raval, el Besós o Ciutat Vella, sufren una incidencia de tuberculosis que supera los 80 enfermos por cien mil habitantes”, agrega.

Un futuro incierto

Este tipo de enfermedades son las que representan un riesgo creciente para la salud humana. A pesar del tremendo progreso en el conocimiento, diagnostico y prevención, parece claro que la batalla contra los agentes de enfermedades infecciosas dista mucho de estar resuelta. Por esta razón, muchos reclaman un esfuerzo múltiple que implique a todos los sectores de la Salud Pública, así como de otras profesiones afines, para lograr una prevención y control eficaz. Es cierto que España tiene una Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica desde el año 1995. También lo es que los nuevos protocolos para la definición y localización de la tuberculosis -ampliados en el 2003- son bastante estrictos.

No parece suficiente. El control de este tipo de riesgos ha sido planteado como una cuestión muy compleja que requiere la colaboración de todos los países. Se trata de un problema global, multiprofesional. Hace más de veinte años que el doctor Lederberg estableció los trece puntos que deberían centrar las actuaciones de prevención y control de los problemas emergentes allí donde surjan. Muchos de ellos ni se han tocado.

Se trata de una tarea ardua y compleja. Nadie puede permanecer indiferente. Los riesgos de origen infeccioso, lejos de estar vencidos como llegó a pensarse a mediados del XX, se han transformado en una amenaza creciente para la humanidad a la que se debe prestar toda la atención que merece. El futuro podría resultar gravemente comprometido por este tipo de enfermedades.

El negocio de las farmacéuticas: una industria constantemente bajo sospecha

Las farmacéuticas tienen una urgencia millonaria a la que atender. Mientras la gripe porcina se convierte en foco de atención mundial, los grandes laboratorios trabajan ya en la posible solución. Una de las primeras en subirse a este carro ha sido la estadounidense Baxter, que asegura poder desarrollar vacunas en la mitad del tiempo habitual: solo 13 semanas. Esta multinacional sanitaria, ha sido una de las primeras en anunciar que trabajará con la OMS para crear una vacuna que combata el brote de gripe con origen mejicano. Veinticuatro horas después de que la enfermedad adquiriera dimensión internacional, un portavoz de la compañía de Illinois informó de que se había solicitado ya a la OMS una muestra de la cepa para poder desarrollar algún tratamiento.

Las farmaceúticas, siempre en el punto de mira. Foto CC-BY Secretaria de Agricultura e Abastecimento do Estado de São Paulo.

La implicación de las farmacéuticas estadounidenses no es baladí. Además del puro negocio, su mercado doméstico es uno de los primeros potenciales afectados. La semana bursátil arrancó con las farmacéuticas convertidas en protagonistas de todos los índices. Ya el viernes, algunas de las grandes recogieron importantes subidas en el parqué, como el gigante suizo Roche o la estadounidense Gilead, con la que compartió royalties por la comercialización del tamiflú, el antiviral para combatir la gripe aviar del 2002. Este tipo de comportamientos vuelven a colocar a toda la industria del fármaco en la picota. No falta quien, en estos días, recuerda las reticencias para participar en programas de vacunación de la Organización Panamericana de la Salud en contraste con las prisas por   patentar un antiviral que sería altamente rentable. Y es que los medicamentos han pasado de ser bienes esenciales a simples objetos de consumo.

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