Antes de Cristo, datación errónea

30 septiembre, 2012 | Por | Categoría: Humanos
Catón, el censor, decía que dos augures romanos no podían mirarse a los ojos sin echarse a reír. Algo parecido nos sucede a historiadores y arqueólogos relacionados con la Historia Antigua. En general, si hablamos de fechas antes de Cristo basadas en antiguos calendarios romanos, esbozamos una leve sonrisita, ya que sabemos que puede haber un año o como mucho dos de error en las fechas oficiales. Si nos referimos a fechas anteriores a la primera olimpiada, (776 a.C.) la sonrisita se transforma en una carcajada. Si hablamos de fechas del segundo milenio antes de Cristo, como el reinado del babilonio Hammurabi o del faraón egipcio Sesostris III, se convierte en risa floja, y si son fechas del tercer milenio antes de Cristo son grandes carcajadas, nos caemos de la silla y empezamos a llorar de risa en posición de fetal.
Las fehcas de datación fallan. Foto CC BY foto Karyn Christner.

Las fechas de datación fallan. Foto CC BY foto Karyn Christner.

La razón principal y origen de este jocoso festival de carcajadas estriba en un libro llamado Siglos de Oscuridad, publicado, en 1991,  por un grupo de arqueólogos historiadores capitaneados por Peter James. En él se revisa la cronología general de Europa, Egipto y Oriente Medio antes del 776 a.C. Todos los arqueólogos historiadores saben que la cronología anterior a esta época nace de Egipto. En concreto, de las listas de faraones en dinastías elaboradas por el historiador egipcio del siglo III antes de Cristo, Manetón. Un  arqueólogo de principios del siglo XX, Sir Finders Petrie, fue el encargado de relacionar estas dinastías con los tipos de cerámica egipcia presentes en todos los yacimientos arqueológicos del país del Nilo, dando así una cronología supuestamente segura para el mundo egipcio. Al aparecer cerámica griega en Egipto asociada a cerámica egipcia se pudo hacer una correlación entre ambas, fechando así la cerámica griega. A partir de la griega se pudo fechar la etrusca y la romana y, a partir de estas tres, así la ibérica y de otros pueblos pre-romanos de la península, la gala y de las Islas Británicas y, en general, la del resto de Europa. Así mismo, los sincronismos entre la Biblia y la “segura” cronología egipcia y otras fuentes escritas permitieron dar fechas para todo el Oriente Próximo. Como conclusión, podemos decir que gracias a la cronología egipcia podemos fechar cualquier acontecimiento anterior al 776 a.C. en Europa y Oriente Medio hasta casi el cuarto milenio.

Sólo hay un problema. El equipo de arqueólogos de Siglos de Oscuridad afirma que Petrie se equivocó en cerca de 250 años al fechar las dinastías egipcias, con lo que, si es cierta la tesis de estos señores, toda la cronología de Europa y Oriente Próximo anterior al 776 a.C. se va a freír espárragos. Y lo peor es que, encima, en el libro argumentan bastante científicamente sus tesis, siendo escrito cada capítulo por un especialista concreto en la materia.

¿Qué consecuencias tuvo este libro en una disciplina como la Historia Antigua y la Arqueología del Oriente Próximo? Pues curiosamente muy poca o ninguna. La tesis del libro era tan fuerte que muchas veces ha sido sistemáticamente ignorada por el mundo académico, en un tipo de ignorancia que sólo el mundo académico es capaz de crear: en los veinte años transcurridos desde su publicación aparecen muchos más de cien comentarios sobre el libro en revistas científicas diciendo, más o menos, algo así como: “Estos chicos podrían tener algunos puntos de razón. Ánimo, seguid en ello, pero yo no voy a modificar un puñetero ápice mis conclusiones”.

Tan solo, quizá, es en el mundo de la mal llamada Arqueología Bíblica en la que los especialistas han prestado algo de atención a las tesis de Siglos de Oscuridad. En la actualidad, en esta última disciplina, las fechas del siglo X antes de Cristo (David, Salomón etc.) están moviéndose tanto como Mick Jagger en concierto.

Un lector avispado podría argumentar: ¿y qué hay de los métodos científicos de datación? ¿Qué hay del famoso carbono catorce, el gran destructor de mitos? La verdad es que el descubrimiento del carbono catorce, en 1950, dio un importante espaldarazo a la Arqueología, librándola de su obsesión por la cronología al tener un método de datación científico y seguro. La técnica se basa en que los rayos cósmicos, al incidir sobre la atmósfera, crean una sustancia radioactiva llamada carbono catorce. Todos los seres vivos, a lo largo de su vida, absorben este carbono catorce, perdiéndolo de una manera regular a partir del momento de su muerte. Basta entonces medir las cantidades de carbono catorce en un resto orgánico para conocer ese momento. Del inicial optimismo se pasó al estupor cuando se comprobó que fechas obtenidas por carbono catorce no coincidían con otros métodos de datación, especialmente antes del 500 a.C. La cuestión residía en que se suponía que la cantidad de carbono catorce que hay en la atmósfera y absorben los seres vivos siempre ha sido regular; sin embargo esto no es así, especialmente antes del primer milenio antes de Cristo. Por alguna razón que desconocemos, da la impresión de que en la antigüedad había mas carbono catorce en la atmósfera que ahora, fastidiando completamente el método. Se tuvieron que crear unas tablas de calibración de los resultados del carbono catorce para corregir las fechas; de ahí que hablemos del “carbono catorce calibrado”. Por otra parte, hay que recordar que, si bien desde el punto de vista de la recogida de la evidencia la Arqueología es una disciplina muy científica, desde el punto de vista de la interpretación de estos datos sigue siendo una disciplina humanística, en el sentido de que muchas veces la interpretación que hace el arqueólogo de dichos datos puede ser mucho más subjetiva de lo que nos creemos. Así mismo, la recogida de datos durante la excavación puede estar sujeta a errores, como en cualquier experimento de laboratorio. Por ejemplo, si en un estrato se recogen tres muestras de restos orgánicos para ser analizadas en el laboratorio por el método del carbono catorce, y una de ellas da una fecha muy anterior o muy posterior a la tesis del director de la excavación, a veces se descarta con la excusa de que está contaminada y no sale en el informe científico final. De hecho, en susurros, en el mundo académico se suele decir que las fechas del carbono catorce de una excavación son las que quiere el que paga el análisis del laboratorio.

Así mismo, también nos encontramos con argumentos circulares: por ejemplo, el arqueólogo X encuentra un tipo de cerámica A en un yacimiento, y en la publicación da una posible fecha tentativa de la misma. Más adelante, el arqueólogo Y, en otro yacimiento, también se encuentra este tipo de cerámica A y aprovecha las fechas ofrecidas por el arqueólogo X para fechar su yacimiento. Al publicar los resultados del arqueólogo Y, el arqueólogo X, en un artículo posterior, reforzará los resultados de su cronología basándose en los hallazgos del arqueólogo Y. Este tipo de argumentos circulares son mucho más comunes de lo que nos creemos. Otro ejemplo, citado en el libro, de lo endeble que pueden ser nuestras construcciones cronológicas lo tenemos en la cronología mesopotámica, en el asunto de las llamadas “tablillas de Venus”. Si abrimos un libro, Historia de Mesopotamia, veremos que las fechas que nos dan para príncipes tan famosos como Sargón, Gudea y Hammurabi son declaradas con una contundencia impresionante. El problema estriba en que, si bien tenemos una continuidad para las dinastías de reyes mesopotámicos de la segunda mitad del tercer milenio y la primera mitad del segundo, según los datos que nos dieron sus propios habitantes hay una pequeña edad oscura cronológica en la segunda mitad del segundo milenio que impide conectar debidamente con las dinastías del primer milenio antes de Cristo. Tal problema se subsanó con las famosas tablillas de Venus. Éstas reflejaban un conjunto de datos astronómicos tomados durante la primera dinastía de Babilonia, la dinastía del rey Hammurabi, luego si la astronomía nos da una fecha exacta para la primera dinastía de Babilonia podemos casi remontarnos hasta el 2.500 antes de Cristo a partir de las listas reales. Pero si escudriñamos con más atención estas tablillas nos daremos cuenta de que anotaban observaciones del planeta Venus que podían haber tenido lugar en tres momentos diferentes, con una diferencia de un siglo cada una, por lo que diversos académicos empezaron una discusión sobre qué cronología sería la adecuada, si la alta, la media o la baja.  Durante los primeros años del siglo XX, se tenía en más estima la alta, poniéndose entonces el reinado del rey Hammurabi alrededor del año 2040 antes de Cristo. Actualmente, está de moda la cronología media, fechando a nuestro ilustre rey alrededor del siglo XVIII antes de Cristo, pero si hiciéramos caso de la cronología baja se desplazaría un siglo entero hacia la modernidad la cronología mesopotámica. Pero lo más divertido es que, a partir de los años ochenta, han salido estudios que dudan de que las tablillas de Venus  se refieran realmente al planeta Venus, e incluso que sean datos astronómicos fiables. De prosperar esta tesis, dejaría totalmente con los pantalones bajados a la cronología mesopotámica anterior al 1500.

Al hilo de esto, en nuestro país también está habiendo algunos cambios en el a veces dogmático mundo académico en lo que a cronología se refiere. Doña Sofía Sanz González de Lema entregó el año pasado una tesis doctoral que revisaba una a una más de mil muestras de carbono catorce tomadas en yacimientos neolíticos en la Península Ibérica, las cuales conforman el panorama de la introducción de la agricultura y la ganadería en tiempos remotos en nuestro país. De estas mil muestras examinadas por la autora, ésta concluye que solamente un 32% de ellas fueron recogidas de modo adecuado y utilizadas con los estándares de viabilidad básicos. La fechas válidas nos dan un panorama de la introducción de la agricultura y la ganadería radicalmente diferente: de considerar que éstas llegaron por levante y mediante colonización, las fechas dan a entender que, en realidad, llegaron por los Pirineos y que no hay rastro de colonización ninguna, sino que los habitantes de nuestra península tomaron esos conocimientos de nuestros vecinos. Las conclusiones de esta tesis doctoral han pisado muchos cayos dentro del mundo académico español, invalidando muchos de los modelos científicos de la introducción de la agricultura y la ganadería de la Península Ibérica.

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